Defensa de la democracia
15.10.2018
Defensa de la democracia
Raúl Prada Alcoreza
Si el siglo XX fue cambalache, como dijo Enrique Santos Discépolo, el siglo XXI parece iniciarse con una exacerbación
de lo mismo; es decir, el mismo cambalache
llevado al extremo, podría decirse, al colmo. Pasa en todos los escenarios,
contextos, planos de intensidad de la
sociedad moderna. Si a algo llega la última cuarta parte del siglo XX es a la banalización total de todo; en primer
lugar, de la cultura; asistimos al sistema-mundo cultural de la banalización
generalizada. Es como si todo perdiera espesor
y contenido, para deslizarse en ni
siquiera en la superficie, que sería
como la piel de cuerpo, sino en ese fugaz rose de la artificialidad, que emula
brillar, solo lográndolo un instante, el del engaño. Fines de siglo XX y principios del siglo XXI se
caracterizan por este juego de las
apariencias, de las emulaciones, de los espectáculos, es decir, de la simulación desenvuelta.
Entre los planos de intensidad sociales de esta
sociedad crepuscular, la de la modernidad tardía, se encuentra lo que las
ciencias sociales, sobre todo la sociología y la ciencia política, denominan campo político; pues este campo expresa elocuentemente la banalización extensiva de la política. Se considera que hacer política es ser astuto, jugar a la
prestidigitación, convencer a los potenciales electores de lo que se dice ocurre
o es acertado. No importa si es así, lo
que importa es que la gente lo crea. Esta prestidigitación hay de todos los
colores, de todas las tonalidades, de todas las ideologías concurrentes. La "izquierda" de la modernidad tardía se
presenta como la heredera de la historia heroica de las revoluciones, entonces es hija revolucionaria
de estas tradiciones. La "derecha" de la modernidad tardía se presenta como
defensora de la institucionalidad, de
las tradiciones y valores culturales de la nación. Ambas, "izquierda" y "derecha"
se disputan el lugar del protagonismo del "desarrollo" y el "progreso, sin
entrar a sus diferencias enunciativas, cuando una reclama ser la vanguardia de la justicia, la otra reclama ser la garantía de la libertad y
de la institucionalidad. Empero, lo
dicen cuando los referentes de la justicia, de la libertad, de la tradición
y de la nación se han diseminado o convertido en meras
menciones nostálgicas.
El mundo que se experimenta no se mueve por
estos ejes, que fueron los ideales
del siglo XIX y parte del siglo XX. Este mundo
se mueve por los ejes diseñados y construidos por lo que hemos denominado el
lado oscuro del poder. Lo que opera, no es exactamente la institucionalidad, sino los dispositivos
de las formas paralelas, no
institucionales, del poder. La institucionalidad
es solamente máscara para cubrir el
rostro de los disfrazados, es decir, de los gobernantes, de los jerarcas de los
aparatos del Estado, de la casta política.
Todos estos personajes están en otra cosa; son los comodines, por así decirlo,
de la baraja de los juegos de poder.
En el campo político de la modernidad tardía
la democracia, incluso institucional
y formal, ha desaparecido. No se ejerce. La democracia
es un nombre que se utiliza para legitimar los actos políticos, que no condicen
con nada parecido a las prácticas
democráticas. Las elecciones son como anticipadas por lo que se llamó la publicistica, que solo la trivialidad de
los medios de comunicación considera estadística políticas o electorales;
hablamos de los sondeos de opinión. Se trata de una mercadotécnica política;
vender imágenes de una manera numérica. La política
se ha reducido a la publicidad, a la
presentación de imágenes, a la concurrencia de spot televisivos. Con el avance tecnológico
de los medios de comunicación, la informática y la cibernética, la manipulación
de la gente ha alcanzado niveles sin precedentes. Los espacios noticiosos, que
deberían corresponder a la información veraz, se han convertido en espacios de invención
de otra realidad, la virtual, que es asumida por el público,
sin más, como "realidad", como tal.
Si la política, durante el siglo XIX y la
primera mitad del siglo XX, fue considerada como el espacio de disputa de
proyectos políticos, si la ideología
fue considerada como el espacio de la lucha social en el terreno de las ideas, en la modernidad tardía la política es la máscara de presentación para una mezquina labor, la de
enriquecerse. La ideología, que
significa estudio de las ideas, se ha
transformado en el ámbito de la diatriba y de la demagogia, donde las ideas brillan por su ausencia. En estas condiciones de imposibilidad no puede
emerger la democracia, ni como representación y delegación legitima de la voluntad general, ni como autogobierno del pueblo, que sería mucho
pedir. Si los medios de comunicación siguen mencionando como tema la democracia, de acuerdo con los contextos,
que les toca informar, lo hace por inercia
o porque han perdido, hace tiempo, los códigos de la democracia. Los medios de comunicación son parte del montaje del
gran espectáculo de la simulación política;
el teatro político se ha convertido
en el envolvente escenario del espectáculo repetido incansablemente.
En Bolivia
asistimos, de acuerdo con nuestros contextos
singulares y, obviamente, actores nativos, a los dramas cotidianos de la trama
política local, aburrida y recurrente, con tonalidades folclóricas y anecdóticas.
Como en otras partes, la democracia
se ejerce en la práctica misma de desaparición
de la democracia. Se ejerce la democracia en la acción misma de su
asesinato. Lo que menos importa es lo que ocurre con la democracia, que es,
para recordar a los que lo olvidaron, el gobierno deliberativo y de asamblea
del pueblo. Lo que importa es que se invistan de democráticas las prácticas de
dominación de la casta política. Que
no sea sostenible esta pretensión, poco importa, pues de lo que se trata es que
se crea que así ocurre.
Para ir al
grano, el 21 de febrero de 2016 se hizo un referéndum, que corresponde, según
la Constitución, a una de las prácticas de la democracia participativa, lo que implica el establecimiento, por lo
menos jurídico-político, del sistema de
gobierno de la democracia
participativa, pluralista, comunitaria, directa y representativa. En el referéndum
se preguntó a la ciudadanía sobre la reforma constitucional, que buscaba habilitar
al presidente a la reelección indefinida; el resultado del referéndum fue la negativa
de parte del pueblo a revisar la Constitución; lo que implica que el presidente
no puede repostularse, queda inhabilitado para la subsiguiente elección. Sin
embargo, a pesar de este indiscutible resultado, el partido de gobierno y todas
sus instancias, estatales y no estatales, buscó modos para eludir la responsabilidad de respetar los resultados
del referéndum. La artimaña, por cierto, grosera, fue la estrafalaria
argumentación de que no se pueden vulnerar los "derechos humanos" del presidente,
según una interpretación estrambótica del Convenio de San José. Al respecto, no
importa que este recurso fuese absurdo, grotesco y extravagante, no importa que
sea insostenible, sino que se lo diga, sobre todo para mantener, no las apariencias,
sino la inercia inescrupulosa del
poder.
Desde el 2016
las llamadas plataformas ciudadanas
se han encargado de recordar el resultado del referéndum y lanzarse a la defensa de la democracia. Sin embargo,
en la reciente coyuntura, cuando el MAS postula a sus candidatos, el presidente
y el vicepresidente, inhabilitados por la voluntad popular, y se da lugar a la
postulación de un candidato de "oposición", el vocero de la causa marítima, parte
de las plataformas ciudadanas parecen
olvidar el referéndum y que la defensa de
la democracia consiste en hacer respetar los resultados del referéndum. Los
partidos políticos de la "oposición" dejan de lado su declarada inclinación por
hacer respetar el referéndum y la democracia,
dedicándose a formar alianzas, buscar consensos, para enfrentar al partido
oficialista en las convocadas elecciones de 2019. Hasta ahí llega la vocación democrática de parte de las plataformas ciudadanas y de los partidos
de la "oposición".
Con esta
actitud diletante parte de las plataformas ciudadanas y todos los
partidos de "oposición", incluyendo a un partido que fue y es "oficialista",
que ahora postula al candidato reconocido como de la unificación de la "oposición",
habilitan a los inhabilitados por el referéndum a las elecciones de 2019. Jugada
magistral de la estructura palaciega
del gobierno. Sus enemigos declarados
y señalados como tales por el oficialismo son cómplices de la habilitación del
presidente y del vicepresidente. Si éste es el panorama del periodo de 2019,
entonces asistimos al asesinato de la democracia,
no solamente por parte de los gobernantes y los aparatos de Estado cooptados,
sino también por parte de las plataformas
ciudadanas y los partidos de la "oposición".
La
miserabilidad política
En el contexto jurídico-histórico-político de
la tercera derrota de la guerra del Pacífico,
la resolución de la CIJ, el "gobierno progresista" no asume la derrota, sino recurre desesperadamente a
sus juegos de prestidigitación; uno de sus voceros, el vicepresidente, dice que
"empatamos", pues la Corte de Haya no dice ni "si" ni "no" o dice ambas. Esta
conducta irresponsable ante tan grave desenlace
para el país no deja de ser sorprendente, a pesar de la triste historia de claudicación de la diplomacia boliviana;
nos muestra los niveles de enajenación
a los que se ha llegado en la casta política
gobernante. Pero, más sorprendente aún es la pusilanimidad del pueblo. Deja que
los gobernantes sigan campantes y el equipo boliviano de la causa marítima continúe,
a pesar de habernos arrastrados a la tercera
derrota de la guerra del Pacífico. Aunque sea anecdótico, uno recuerda lo
que le contaron de niño, que el gobierno de entonces, el de 1879, ocultó la
información de la invasión a Antofagasta para no arruinar la festividad de los
carnavales. Sea cierto o no esto, lo que transmite esta anécdota es una figura patética,
no solo de los gobernantes sino también del pueblo. Ambos fueron cómplices de
la derrota militar de la guerra del Pacífico. Como dijimos en Geopolítica regional y en El presente aterido al pasado, un
pueblo que no quiere perder sus territorios heredados lucha por ellos hasta la
muerte.
En este contexto banal, el gobierno no renuncia,
que es lo que debería hacer, por un mínimo de dignidad, tampoco el equipo
boliviano de la causa marítima, abarcando a gobernantes, "director técnico",
agentes y voceros; actúan como si no hubiera pasado nada. Lo más grave es que
el pueblo no cobra consciencia de la derrota ni de sus alcances histórico-políticos-culturales. Es precisamente en este contexto donde el inhabilitado por el referéndum y su yunta son habilitados
por el vocero del equipo de la defensa marítima boliviana, al postularse a las
elecciones del 2019, desentendiéndose de que la conditio sine qua non para las elecciones es respetar los resultados del referéndum
mencionado. De una manera dramática los enemigos declarados, que
dicen defender la democracia a su modo, son cómplices del crimen de la democracia.